La trata de personas es un problema estructural que ha golpeado a México por más de siete décadas; en sus entrañas se ha consolidado una sociedad corrompida por intereses políticos y económicos que mantiene a mujeres y niñas en un ciclo de violencia perpetuo. La ruta trazada en este sistema violento fue expuesta en la primera sesión de la Cátedra Ellacuría, SJ de la IBERO Puebla.
Marisol Flores García y Margarita Sánchez Cruz, integrantes del Centro Fray Julián Garcés, Derechos Humanos y Desarrollo Local, A. C., detallaron los mecanismos de captación de mujeres y menores enfocado en Tlaxcala en la conferencia “El circuito de la trata de personas: captación, traslado, recepción o acogida”.
Este fenómeno comenzó con los procesos de industrialización del país, donde Tlaxcala era esencialmente un estado campesino con población indígena. De 1890 a 1920 los hombres comenzaron a salir del estado para insertarse en las fábricas, lo que originó nuevas dinámicas en la cotidianidad tlaxcalteca: los varones solo regresaban a sus comunidades para dar sustento a sus familias.
“La explotación sexual de mujeres se inicia a raíz de la migración masculina a Ciudad de México. De ahí un hombre comienza a observar y aprender la forma de operar de los padrotes de la capital, y entonces establecen el oficio de padrote en la comunidad. Esta primera etapa es conocida como la ‘vieja escuela’”, explicó Margarita Sánchez.
Esta época sentó las bases para lo que después sería la ‘nueva escuela’ de padrotes, donde se originan los métodos de captación que se aplican en la actualidad: enamoramiento, promesas de trabajo falsas, o amistad en redes sociales. A este proceso se le conoce como ‘enganche’, que es la primera etapa de la trata.
Una vez que la víctima está, como dice su nombre, enganchada, se procede al traslado. Los padrotes aplican este paso para privar de recursos emocionales, sociales e incluso económicos a sus víctimas, porque ahora dependerán totalmente de ellos y sus círculos inmediatos, donde usualmente las familias son cómplices y se encargan de caracterizar una vida de fantasías, que pronto se convierten en expresiones de violencia.
“En la relación padrote y mujer prostituida, ella pierde su autonomía y el varón es el que controla su vida, sus sueños, sus aspiraciones. Así se compone el enganche, lo que hace las redes de trata”. De esta forma, profundizó Margarita Sánchez, comienza la explotación y las mujeres “padecen una serie de violencias infinitas”.
De acuerdo con un estudio realizado por Emiliano Maus Ratz en nueve países, incluido México, se estima que el 95% de las mujeres que ejercen la prostitución ha sido víctima de acoso sexual; el 64%, de amenazas con un arma; el 73%, de ataques físicos, y el 57%, de violación. Las lesiones más usuales son puñaladas, golpes, contusiones cerebrales y huesos rotos.
Por otro lado, existen figuras más allá de los padrotes que perpetúan este fenómeno. “La violencia que viven las mujeres víctimas de trata no solo es ejercida por los tratantes, sino también por los consumidores, pero eso no se visibiliza y no se cuestiona”, denunció Marisol Flores, quien además señaló que las autoridades en este caso sirven para poco y nada.
Así, se consolida toda una pirámide de actores de la trata de personas. El sistema neoliberal y patriarcal se encuentra en la base, le siguen los tratantes y los consumidores, y culminan con las autoridades que estigmatizan a las víctimas, omiten la aplicación del Protocolo de Palermo para prevenir y sancionar la trata e, incluso, llegan a ser clientes.
“Se requiere que se realicen acciones sociales y gubernamentales que eviten la reproducción de la existencia de tratantes, demandantes, consumidores y autoridades omisas que invisibilizan la problemática, y dejar de generar condiciones de vulnerabilidad que coloquen a las mujeres en riesgo”, instaron las expertas.