El 29 de noviembre de 2016, Alberto de la Fuente fue privado de su libertad. Un grupo de falsos agentes policiales interceptaron su camino, lo esposaron y le pusieron una bolsa en la cabeza. A partir de ahí, su noción del tiempo se vio alterada. Durante 290 días, permaneció en un habitáculo con luz artificial, catre, nevera y una reproducción perpetua de narcocorridos.


Sus captores no mostraron el rostro. Aparecían en la prisión prefabricada con trajes bacteriológicos. La vigilancia era a través de agujeros en las paredes. Si de comunicación se trataba, solo a través de una libreta se podía efectuar; en ella, resumió sus días y construyó una bitácora para evitar que el tiempo lo carcomiera.


Años después, sin rencor ni victimismo, comparte su experiencia a través de La Caja. Este libro es, tal como enmarca su sinopsis: “una incursión privilegiada y sin filtros en la mente del superviviente de una situación límite”. El autor se apropia de la catástrofe para fortalecer su voluntad y resplandecer el ocaso del amor.


Se planteó la pregunta: ¿A quién conozco que haya sufrido esta experiencia? Demostró que, en el secuestro de soledad inhumana, junto la represión de sentimientos, ayudar a los demás resulta como una antorcha de esperanza.


Por ello, la Biblioteca Interactiva Pedro Arrupe, SJ de la IBERO Puebla fue punto de encuentro para reflexionar sobre la obra. El evento estuvo acompañado por el padre Carlos Escandón Domínguez, SJ, de la comunidad jesuita de la Casa de Estudios; moderado por la Mtra. Ana Lidya Flores Marín, directora del Departamento de Humanidades; y presentado por el Dr. Oscar Gallardo Frías, coordinador del Área de Reflexión Universitaria (ARU).


Convencido de que una vivencia de tal magnitud debe de ser conocida por el mundo, Alberto de la Fuente escribió el libro como un testimonio que nunca debió ser. Como si de un duelo se tratase, soltó el enojo conforme el tiempo transcurría. Y así pudo concluir que “no es que tenemos poco tiempo, sino que lo administramos mal”.


En el evento, el autor compartió el porqué de su creación: “El primer motivador fue para que sea una historia que mis hijos leyeran. Si algo yo me impuse durante mi cautiverio es que, si llegaba a sobrevivir, esta historia debía ser contada. Jamás me vi en un auditorio, en una universidad. Esto era algo que yo tenía que transmitirles”.


Con retrospectiva, identificó un par de milagros claves durante el suceso: “Mientras estuve en la caja no pasaron muchas cosas esotéricas ni sobrenaturales. Pero sí hubo dos milagros; uno es que esté yo aquí, platicando, no podemos minimizar eso […]; y el otro fue que pude visualizar a lo lejos a mi pequeño hijo, no hubo diálogo, me conectó con su mirada y entendí que no me iba dejar morir ahí dentro”.