Presentan el libro “Hijo de la guerra” en la IBERO Puebla

El retrato de una sociedad en ruinas. Dividida y herida. Ese es el escenario en que el periodista, escritor y académico, Ricardo Raphael sitúa a sus lectores en su obra Hijo de la guerra. Un relato que va entre la realidad y la ficción; el periodismo y la literatura; el cinismo de un personaje que pareciera ficticio, y la remembranza histórica de uno de los episodios más sangrientos de México: la guerra contra el narcotráfico.

El libro fue presentado en la IBERO Puebla gracias al esfuerzo colegiado del Departamento de Humanidades y los alumnos de la Maestría en Literatura Aplicada, representado en el evento por el Dr. José Sánchez CarbóExpresó su sorpresa ante la estructura armónica de la novela, que prevalece a pesar de la inmensidad de voces que contiene y narran de forma fidedigna el proceso de formación, auge y disolución de un grupo delictivo.

La efervescencia política y la incertidumbre social fueron los ingredientes perfectos para la fundación del cártel Los Zetas, creado por un grupo de militares de élite. La organización criminal participó activamente en esta guerra declarada donde no había frentes de defensa, solo masacres por poder y territorio.

En ese contexto nació el Zeta 9, uno de los fundadores del cartel, quien supuestamente reapareció años después en el penal de Chiconautla condenado por un delito menor. Con una historia compleja, Ricardo Raphael estuvo dispuesto a escribirla y desmembrarla, para saber el origen del hijo de la guerra.

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“Esta novela criminal aborda hechos históricos que se conjugan con la literatura, la investigación rigurosa y las herramientas periodísticas para aportar un elemento de comprensión a una realidad que en los últimos años ha sido lacerante para México”: Dr. José Sánchez Carbó.

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Hijo de la guerra no sólo ilustra la vida del Zeta 9, sino el origen de todo el cártel. Esta parte de la historia atiende una inquietud del mismo autor, que ve en este texto una herramienta indispensable para poder enfrentar una “época de angustias fuertes”, y de pocas palabras para poder nombrarla.

También significó el enfrentarse a una historia que contiene las huellas explícitas que la violencia dejó en familias y territorios destruidos, de las que no hubiera sido posible hablar solo desde el periodismo, pues para el autor, “la literatura fue el espejo que vence a Medusa”. Ésta permite ver el desarrollo de la muerte de frente sin desquebrajarse.

Es entonces cuando este relato de no ficción centra sus dificultades en tratar de narrar el testimonio vivo de uno de los veinte fundadores de Los Zetas, que cuenta los sucesos más violentos documentados en el país rayando en la fantasía y sus emociones. Esto no lo descalifica, sino que lo vuelve más humano, y sale de las representaciones del narcotráfico que le glorifican.

Aunque pareciera que se trata de un problema de estilo, el acercamiento que el autor tuvo con el personaje lo llevó a desdibujarse, y enfrentar la idea de que el rostro del sicario no estaba lejos de su realidad. “La enorme distancia empezó a cortarse, la empatía hizo que yo pudiera reírme con sus bromas macabras, y que de pronto él se interesara por mi vida. […] En efecto no hubiera habido manera de construir esta materia literaria sin el riesgo de la inversión de los papeles”.

Separarse del personaje violento no es fácil”, pero su posterior distanciamiento permitió a Ricardo Raphael ver la misma historia desde una arista diferente. Pudo ver las particularidades que rodean la vida de alguien que dijo haber matado a cientos, pero que dejó de ser útil para quienes se beneficiaban de esas muertes. Le permitió “observar de cerca la caída del antihéroe”.

En ese sentido, el libro llena los vacíos que dejó la guerra contra las drogas de 1999 a 2009, —los años fuertes del conflicto armado—, y que seguirán siendo atendidas en un segundo tomo que Ricardo Raphael se vio llamado a hacer, para seguir observando la macro criminalidad desde sus principales actores.