
Cuando pensamos en cultura, solemos imaginar museos, óperas o grandes obras literarias. Pero Gabriela Pinto Márquez, académica del Departamento de Humanidades de la IBERO Puebla, nos invita a mirar más allá de estas formas tradicionales. Para ella, la cultura es un entramado vivo de significados. “Un entramado que no es fijo”, aclara, “porque cambia con el tiempo, con los territorios, con las edades y los géneros. Cambia también con las historias que nos contamos”.
Desde esa mirada, los corridos — sean tradicionales, tumbados o urbanos — no son simplemente canciones. Son relatos. Son una forma de narrar identidades, de explicar por qué las personas viven, sienten y actúan como lo hacen. “La cultura cambia por edades, por género, por territorio”, insiste Pinto.
Por eso no suena igual un corrido en Sonora que en Ciudad de México. No significa lo mismo un corrido viral en TikTok que otro que se entona en un baile comunitario. Cada uno nace en un contexto distinto, pero todos comparten algo esencial: llevan dentro una identidad.
Y es que, como señala Gabriela Pinto, la identidad es una forma de pertenencia, un vínculo que se teje en lo cotidiano. Se construye en la familia, en la escuela, en el lenguaje, en los gustos que compartimos con los amigos. Ahí — en lo más íntimo y cotidiano — también habitan los corridos. Porque estas canciones se transmiten, se interpretan y forman parte del tejido social.
Durante mucho tiempo, los corridos estuvieron ligados al norte del país. Eran profundamente territoriales, con acentos y paisajes bien marcados. Pero con el tiempo, los medios y las industrias culturales han llevado estas expresiones más allá de sus fronteras.
En ese ir y venir de significados, la música se convierte en un hilo narrativo que nos atraviesa. “La cultura también son historias — dice Pinto — . Es un modo de narrarnos quiénes somos”. Los corridos no son solo crónicas ajenas: son espejos. Permiten que quien escucha se reconozca en un dolor, una resistencia, una rabia o un orgullo compartido.
Y si los corridos son relatos, también son memoria. Son la voz de lo que muchas veces no entra en los libros ni en los discursos oficiales. Ahí viven los héroes del barrio, los paisajes cotidianos, las injusticias silenciadas, los amores que duelen, las resistencias que persisten. Ahí también viven las juventudes, que se reapropian de símbolos, géneros y estilos para construir una identidad propia, lejos de los moldes que les quieren imponer.
Expresión ante la indiferencia
En México, el corrido ha sido, y sigue siendo, una de las formas más representativas de narrar la vida desde los márgenes. Cuando la prensa calla, el corrido habla; cuando el Estado niega, el corrido recuerda. Como un mural cantado, el corrido ha funcionado como un medio alternativo de información, desde los tiempos de la Revolución mexicana, cuando servía para contar hazañas, denunciar abusos o simplemente dejar constancia de una historia colectiva
José Cervantes, académico de la IBERO Puebla, lo explicó: “El corrido se convierte en un medio que no solo documenta la historia de la región, sino que la hace accesible a toda la comunidad”.
Señaló que, aunque los corridos nacen en un contexto marcado por la violencia y la desigualdad, no son la causa de esos problemas: “Son producto de una realidad social que ya existe, una manera de expresar lo que sucede, de contar historias desde los márgenes”.
Cervantes recordó el levantamiento zapatista de 1994, cuando en las calles de San Cristóbal de las Casas comenzaron a circular discos y casetes con corridos que alababan y, al mismo tiempo, denigraban a los zapatistas. “La gente compraba esos casetes en las comunidades. No eran producciones profesionales, pero transmitían un mensaje que la gente quería escuchar”.
En el contexto actual, el gobierno ha intentado limitar la difusión de los corridos en algunos foros y palenques. Para el académico, esta postura refleja un intento de controlar lo incontrolable, de censurar una parte importante de la cultura mexicana. “No se puede prohibir la actividad cultural humana, y los corridos, aunque nos parezcan negativos, forman parte de esa cultura.”
Se indicó también que la prohibición de estos géneros no solo sería ineficaz, sino contraproducente. “Al prohibir algo, lo conviertes en un deseo aún más fuerte. La lucha contra la violencia no pasa por prohibir las manifestaciones culturales, sino por abordar las causas profundas de la violencia misma.”
Entre los estigmas sociales, control institucional y una disputa por la narrativa en todos los frentes, el corrido se presenta como un medio de expresión legítimo que, aunque polémico, sigue siendo una manifestación crucial de la cultura popular mexicana.